Hace unos días fui a ver “Human”, el documental de Yann Arthus-Bertrand. Un viaje a través de la mirada de personas de más de 60 países. Utilizo esta frase aunque pueda parecer un poco desgastada porque es literal. El director nos propone un recorrido por el alma humana a través de los ojos y de los rostros en primer plano de personas tan diferentes como un niño mexicano que fue vendido por su madre, un presidiario en el corredor de la muerte, una mujer africana que habla de la felicidad en términos de beber leche… Una inmersión en la esencia del ser humano envuelta por imágenes en movimiento del planeta Tierra, desiertos, mares, arrozales, páramos secos, y por una banda sonora excepcional.

Durante casi tres horas de proyección el cine se llenó de un halo de solidaridad, asombro, alegría, tristeza, entusiasmo, rabia, optimismo, impotencia, comprensión, agradecimiento, pero sobre todo empatía. Todas esas personas hablando en 63 idiomas diferentes sobre temas universales como la muerte, la felicidad o la familia estaban hablando de mí. Sin pronunciar una palabra cada testimonio reflejaba mi sentimiento de luto por la humanidad perdida, por la vida que se diluye en el consumismo, en la carrera por el éxito, estaban hablando de la nostalgia del paraíso en los términos que dice Milán Kundera: “La nostalgia del paraíso es el deseo del hombre de no ser hombre”. Pero ¿cuando nos convertimos en hombres y mujeres y dejamos de ser seres humanos?. No sé si se puede poner una fecha concreta en el calendario planetario, pero el día que sí tengo muy presente es el día en que yo comencé a desandar lo andado, desaprender lo aprendido, a soltar mi exceso de equipaje de mujer y recuperar un poquito de mi esencia humana. Ese día fue el día en que comencé a practicar Biodanza y hoy, bastantes años después y con la perspectiva de todo lo desandado y lo que me queda por desaprender, puedo decir que para mí también la felicidad consiste en beber un buen vaso de leche.